Rodolfo Muñoz Lagos

Gestor Cultural

ONG Ars Reditum

A lo largo de la historia hemos visto cómo el ser humano ha gestionado recursos culturales de toda índole para lograr alto nivel de sofisticación en áreas como la arquitectónica, la artística, la médica, entre otras.

Esta gestión de recursos responde a la constante necesidad humana de expresarse, identificarse y modelar sus propias conductas en sociedad. En otras palabras, atiende la necesidad humana por participar en la vida cultural.[1]

Es así que surge el promotor cultural que, con el fin de elevar la calidad de vida de su entorno, participa de manera activa, aunque muchas veces, de manera anónima.

De este modo el promotor cultural, desde su perspectiva ciudadana, cubre las expectativas y necesidades culturales de su entorno. Necesidades culturales que no solo radican en la identidad con la tradición o la generación de espacios para actividad cultural; sino también en los ejes de desarrollo social (salud, educación, medioambiente, tradición, economía, igualdad de género, entre otros), considerados ejes transversales de desarrollo para la cultura. 

En tiempo del COVID-19

Es innegable que la aparición de la pandemia haya modificado abruptamente cada uno de estos ejes, develando varios déficits no contemplados en la vida cotidiana y despertando la solidaridad, creatividad y la capacidad de respuesta inmediata en cada estrato construido.

Desde cada hogar se ha venido gestionando una transformación, desde el modo de comprar y conservar los alimentos, hasta el re-conocimiento con cada miembro de la casa (y hasta de los vecinos).

Los promotores culturales, sin mayor encargo que el suyo propio, son agentes que intervienen en su ámbito de incidencia, fomentando la participación en la cultura a través de talleres en línea, facilitando el flujo responsable de alimentos o medicinas, o predicando en casa los cuidados y la creatividad en la cocina, el jardín u otros.

De esta manera, el rol del promotor cultural es fundamental para dinamizar los agentes y los recursos culturales más inmediatos. Considerando sobretodo mejorar los hábitos en la comunicación, alimentación, salubridad y solidaridad social (que son ámbitos drásticamente afectados en este marco).

En este sentido es oportuno marcar la diferencia entre un promotor y un gestor cultural. La complejidad interna de nuestras sociedades marca dos claras tendencias en el mundo contemporáneo: La mayor demanda de la sociedad civil por participar activamente en la vida cultual, y la oferta de profesionalización y empleo en este ámbito.

La Gestión cultural, como se entiende actualmente, es un campo de acción relativamente nuevo que responde a la satisfacción de necesidades culturales a un nivel profesionalizado. De este modo, se ha erigido como una exigencia en el mundo contemporáneo, tanto a nivel local como global.

La promoción cultural, por otro lado, es un ejercicio propio de nuestra sociedad; pero ha sido desestimada por mucho tiempo debido a que en países como el nuestro la atención a las necesidades culturales fue desvirtuada por indicadores económicos, corrupción social, discursos colonialistas, antecedentes históricos, entre otros.

La desigualdad social, la desestabilidad política y socioeconómica no incentivaron la solución ni el reconocimiento de alguna carencia en el ámbito cultural, reduciéndolo a eventos de exhibición, folklore y similares.

La promoción cultural se practica desde el entorno de cada quien (hoy nos toca hacerlo en casa, con la familia o frente a una pantalla), predicando con el ejemplo, poniendo en práctica -y perfeccionando- nuestras aptitudes y conocimientos, mejorando nuestra calidad de vida.

Les pregunto ahora:

¿La estás promoviendo tú?


[1] La Declaración Universal de los Derechos Humanos y el Pacto Internacional sobre los derechos económicos sociales y culturales.

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