Por JULIO HERRERA*

La cultura afroperuana ha existido desde el momento en que llegó al Perú junto a los primeros exploradores europeos en el s. XVI y se inicia con los primeros procesos de mestizaje cultural. Desde ese entonces, como parte de la empresa colonizadora en nuestro país, hasta nuestros días, el elemento afro peruano ha formado parte de la multiculturalidad que compone el complejo étnico del Perú moderno.

ACUARELA DEL SIGLO XIX DEL PINTOR PERUANO PANCHO FIERRO EN DONDE SE EVIDENCIA LA TEMPRANA PARTICIPACIÓN AFROPERUANA EN LAS CELEBRACIONES PATRIÓTICAS DE LA RECIENTE REPÚBLICA.

Muchos son los aportes de la cultura afro peruana al conjunto que conforma la llamada cultura nacional, en especial los aportes a la denominada cultura criolla, con la que compone un binomio simbiótico desde la conquista y la colonia: ambos grupos, los criollos descendientes del grupo hispano europeo y los afro peruanos descendientes del grupo africano venido a América como esclavos.

Existe pues históricamente una relación de simbiosis entre ambos grupos a lo largo de la historia del Perú, por lo menos en los últimos 450 años, y que se hizo más fuerte durante la colonia, en donde ambos grupos se toleraban mutuamente y convivían en las casas-palacios de la ciudades españolas fundadas en el Perú o en las haciendas del campo en la costa, a pesar de la relación basada en el sistema esclavista (amo-esclavo) la presencia de ambos grupos era tolerada mutuamente y se comprendía un entendimiento tácito de alianza en oposición al medio extraño o a otros grupos extranjeros, como chinos por ejemplo, o naturalmente, frente a grupos indígenas nativos, sobre todo al inicio de la conquista. Inicialmente se prohibió durante el virreinato el matrimonio entre afro peruanos y miembros de la población indígena, pero esto se debe más a razones políticas vinculadas al sistema de castas impuesto durante esta época  que a razones de debilitamiento de este vínculo paradójico entre las élites criollas y la población afro peruana.

Cabe destacar que los grupos de afro peruanos que por lo general llegaban al matrimonio con individuos de los grupos indígenas peruanos eran esclavos cimarrones que huían de sus antiguos amos y se internaban en los desiertos, bosques o cordilleras y llevaban una vida marginal y deambulante, lejos de los sistemas de trabajo con sus amos blancos, que mal que bien se sostenía en una especie de la alianza laboral con el amo, que al fin de cuentas, le proporcionaba alimento, vivienda y seguridad a cambio de su trabajo; algunos incluso recibían cierto tipo de compensación económica, un rango dentro de la organización jerárquica de la hacienda y ciertos privilegios. Los esclavos negros de las ciudades se mantenían en mejor situación moral y económica que los esclavos de las haciendas, muchos de ellos eran ya descendientes de segunda o hasta tercera generación nacidos en las mismas casas que sus antepasados y se ocupaban en oficios urbanos como cocheros, mayordomos, jardineros, cocineras, niñeras,  amas de casa, amas de llave, etc. Los negros esclavos rebeldes o cimarrones perdían también las relaciones de alianza o reciprocidad incluso con los miembros de su mismo grupo étnico que se mantenían leales al amo. 

EL CAJÓN, INSTRUMENTO DE LA MÚSICA CRIOLLA, ES UNO DE LOS APORTES DE LA CULTURA AFROPERUANA AL PERÚ Y AL MUNDO ENTERO.

Este tipo de relación entre las élites criollas de la colonia y los grupos afro peruanos se refleja hoy en la actualidad en el grado de aceptación que tiene la cultura afro dentro del conjunto de la cultura peruana. Muchos son los elementos que han persistido y que conforman parte de la vida cotidiana y/o icónico-simbólico-tradicional, ya sea en el componente étnico racial-poblacional (los jugadores de fútbol del club Alianza Lima, las voleibolistas de la selección peruana, Mauro Mina, los barrios de Matute y Renovación en La Victoria, Chincha, El Carmen y Cañete); la música denominada “criolla”  y  otros ritmos ya extintos se compone fundamentalmente de variantes afro peruanas como el negroide, el festejo, el panalivio, etc. Lo mismo en la cocina y gastronomía, la influencia de la cultura afro peruana es amplia y diversa: los anticuchos, pancitas, cau-cau, tacu-tacu, picarones, mazmorra morada, etc.

JUGADORES DE LA SELECCIÓN DE FÚTBOL ENTONANDO EL HIMNO NACIONAL DEL PERÚ

Este sincretismo entre la cultura denominada tradicionalmente “criolla” y la cultura afro peruana se debe principalmente a cierto tipo de relación basada en el concepto de lo que reconoce como “tolerancia” [1] que supone la mutua convivencia entre dos culturas diferentes que se soportan, aceptan y se organizan en las actividades que suponen su existencia en sociedad. Tal es el caso del sincretismo simbiótico que experimentaron ambos grupos durante la etapa colonial. Estos trescientos primeros años hasta la fecha de la independencia bastaron para que el elemento afro peruano forme parte del complejo cultural que conocemos como nación peruana.

Después de la independencia, durante la República, el elemento afro peruano se encontraba ya insertado en la dinámica de la cultura nacional peruana, pero esta vez su presencia ya no era dependiente de la figura del amo, ni podía sentirse amenazada o protegida por ésta.

Es así como la figura del elemento cultural peruano cobra otra importancia como depositario de un importante valor de la cultura nacional (en especial la costeña “criolla”)  por sí mismo y ya en relación directa de dependencia con el grupo blanco criollo o en oposición con los grupos indígenas nativos.

Sin embargo los medios de difusión de la cultura nacional oficial han siempre utilizado la figura del elemento cultural afro peruano como un vehículo para reproducir parte del discurso cultural criollo hegemonizante. En contrapeso al elemento cultural indígena mayoritario pero subordinado.  Es decir, las élites criollas han seguido utilizando el elemento afro peruano como parte de la construcción de un discurso hegemonizante en la elaboración de una supuesta identidad nacional o “peruanidad”, así tenemos la imagen de los anticuchos en los avisos publicitarios de restaurantes o bebidas gaseosas, la imagen de la mayoría de los jugadores de los equipos de fútbol profesional, el elemento afro dentro de la denominada “música criolla”, existe pues una apropiación del elemento afro peruano por parte de los segmentos criollos hegemónicos  constructores de un discurso destinado formar una identidad nacional.

A pesar de esta manipulación de los aportes de la cultura afro peruana al conjunto del complejo denominado cultura nacional peruana, el reconocimiento[2] objetivo que se hace oficialmente de este segmento de la población peruana no ha llegado aún a grados de representatividad efectiva, al menos en la medida de su trascendencia como aporte a la formación de la cultura nacional. Digamos que tal vez tal reconocimiento no sea necesario a una escala mayor de representación política como lo suponen los grupos indígenas nativos peruanos para sí. Pero al menos, tal reconocimiento al aporte de la cultura nacional podría hacerse efectivo a través de la educación, en lo que respecta a valores inherentes a la cualidad de los elementos aportados al complejo nacional, nos referimos al elemento simbólico cultural en sí, a la gastronomía, la música, la literatura, la historia y el arte: finalmente tal reconocimiento debiera ser una recompensación a este grupo étnico que ha llegado a ser parte del complejo cultural peruano. Es entonces como la educación y el reconocimiento se integran y terminan por incorporar efectivamente el aporte afro peruano a la cultura nacional.


[1] “La tolerancia significa el respeto  a lo diferente, el reconocimiento significa respeto y además aprecio de lo diferente. Por una decisión racional se puede tolerar incluso lo que se menosprecia o lo que no se comprende. A diferencia de la tolerancia, el reconocimiento presupone la compresión del otro, es decir, el colocarse en el lugar del otro. Desde este punto de vista, la comprensión hay que entenderla como el esfuerzo no solo cognitivo, sino básicamente afectivo fundado en la empatía (…) el ser humano necesita del reconocimiento social para lograr auto apreciarse y de esta manera, desarrollar sus capacidades. La identidad de las personas se moldea sobre las bases del reconocimiento  o del menosprecio que proviene de los otros.” (Liuba Kogan y Fidel Tubito: Identidades culturales y políticas de reconocimiento, pág. 59).

[2] El elemento integrador que daría consistencia y concreción a los procesos de cohesión intercultural sería el principio de reconocimiento: “Desde esta óptica del fenómeno de la multiculturalidad, se plantea el principio del reconocimiento mutuo como base de la convivencia. Se hace necesario aprender a convivir y a conciliar intereses individuales y colectivos con otros grupos culturales, que en algunos casos pueden representar culturas muy diferentes a la nuestra, que desde la apuesta y defensa de una convivencia democrática, se exige el diálogo y la apertura y el reconocimiento mutuo de las diferentes culturas.” (Cabrera Rodríguez: 2002, pág. 97).

*JULIO HERRERA: Periodista, escritor y antropólogo egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima-Perú. Director de Portada Hispana.

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