Por Cesar Ortiz Anderson

Presidente de APROSEC

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L a pandemia de COVID-19 ha mostrado muchas cosas de nuestra sociedad. Expresiones y rasgos positivos, así como negativos. Comenzando por estos últimos, me ha llamado la atención enfocándome más por el lado de las expresiones positivas, me ha puesto a reflexionar el hecho de cómo la población aplaudía a la policía, personal médico y fuerzas armadas desde sus ventanas y balcones. En el caso de la policía, incluso, viéndolos trabajar sin las condiciones mínimas de protección al virus, o cuando pasaban las patrullas con megáfonos por las calles haciéndonos escuchar ese segundo himno patrio: “Contigo Perú”. A manera de “contagio positivo” la gente hacía lo propio desde sus casas, de las cuales están imposibilitados de salir.

La reflexión es que, la misma policía en la cual sólo confía el 19% de los peruanos, y que institucionalmente la consideran corrupta e ineficiente, estaba siendo reconocida. Una sociedad sana es la que valora a las fuerzas policiales, quienes nos dan seguridad En el Perú el lema de Policía Nacional es “Dios, Patria y Ley”. Los lemas son expresiones sintéticas de nuestro rol de las policías y de otras instituciones que las utilizan. A partir de ello, me gustaría analizar este fenómeno desde el viejo lema de muchas policías del mundo, que es “proteger y servir”. En efecto que la policía nos haga sentir que cumplen cabalmente ambos conceptos durante esta tragedia nacional y mundial, nos remite al concepto más importante de su rol, y por ende de lo que la ciudadanía realmente espera de ellos.

Por tanto, una de las claves para mejorar la Policía Nacional del Perú discurre por estos dos elementos básicos. Yendo más lejos, lo que parece estar subyaciendo a la luz de lo que nos está diciendo la realidad es que, la ciudadanía en forma inconsciente clama por una policía comunitaria con presencia en el territorio, que el servicio que brinda sea con y para las personas. De más está decir que los peruanos nos queremos sentir protegidos, como también queremos una policía que encarne el servicio público al ciudadano y que, especialmente, su labor sea tangible en nuestra cotidianidad.

Mas es claro que esto no es sostenible por una orden de comando. No se trata de cambiar el lema de la Policía Nacional del Perú (aunque no estaría mal). Se trata de emprender, ahora, es un esfuerzo grande de cambio sustantivo de, al menos, tres pilares básicos:

1. LA FORMACIÓN POLICIAL

Si queremos que nuestra Policía Nacional logre una alta percepción, reconocimiento y respeto de la ciudadanía, se requiere una nueva formación policial. Ésta no sólo está desfasada en el tiempo, sino que requiere elementos novedosos más allá de la infraestructura, del currículo y los planes de estudio: análisis de aptitud vocacional para el servicio público, perfiles de ingreso exigentes, procesos de admisión impolutos y meritocráticos, instructores y docentes que se contratan o se asignan con estos valores, exigencia académica, doctrinal y sobre todo en valores compartidos. Lo aquí sucintamente explicado es un proceso difícil, de mediano plazo, que requiere de un compromiso férreo de la institución y un apoyo irrestricto del poder político. Se debe empezar lo antes posible y, a mi juicio, el proceso deberá contar además con un amplio consenso político y respaldo ciudadano. La institución policial requiere del respaldo ciudadano para cumplir sus funciones, tal como en el pasado existía el viejo adagio utilizado por las antiguas generaciones: “El policía es tu amigo”.

2. EMPODERAMIENTO DE LA POLICÍA EN EL TERRITORIO

La policía comunitaria no está acuartelada, debe formar parte del paisaje común de los barrios y de las ciudades. Si bien esperamos que nos protejan y, por ende, hagan el uso de las medidas coercitivas que le faculta la ley, la presencia de ellos en el territorio también connota el segundo enunciado del lema, el servicio, la ayuda y orientación preventiva al ciudadano. Esto también suena sencillo y hasta natural, mas no es así.

Implica en el caso del Perú una reingeniería institucional a profundidad, en donde se cuenten con pocas direcciones nacionales altamente calificadas y se privilegie el empoderamiento de las comisarías, que es donde los ciudadanos ven su presencia en el territorio. Implica desarrollar un patrullaje eficiente, que la policía comunitaria haga labores de inteligencia a nivel barrial. Se requiere modificar la asignación actual del personal policial, el cual, de 140 mil efectivos policiales, menos del 30% están asignados a las comisarías y además muchos de ellos cumplen con tareas netamente administrativas.

No es un cambio de discurso o un cambio cosmético, menos aún una norma o una orden. Es, en realidad, un cambio radical de enfoque de la prestación del servicio al ciudadano. Lo anterior, lamentablemente, también pasa por decisiones institucionales y políticas valientes, que van en contra de la cultura actual y de grandes intereses creados desde la propia institución policial.

 3. PROFESIONALIZACIÓN Y TRANSPARENCIA

Se requiere, hoy en día, de altos niveles de profesionalización en las policías. El delito ha crecido y no sólo en número de eventos, sino en nuevas formas de cometer los crímenes, incluso han crecido a una velocidad mayor que las instituciones policiales para contrarrestarlos. Si bien la profesionalización se inicia con una mejor formación policial tanto de suboficiales como de oficiales, se debe aspirar a altos niveles de especialización.

CESAR ORTIZ ANDERSON, PRESIDENTE DE APROSEC

Es urgente mejorar la investigación criminal, hoy necesitamos una investigación acorde a generar pruebas científicas que reduzcan la impunidad que ha generado la aplicación del Nuevo Código Procesal Penal, el manejo de ciberseguridad para proteger a nuestros niños, niñas y adolescentes de la ola de violaciones, entre otros. Pero la aspiración debe llevarnos a pensar en convertirnos en la mejor policía de la región. Cualquier otra mirada puede conllevarnos al conformismo y a la mediocridad. Lo anterior implicará rediseñar el sistema educativo y la calidad del mismo, los sistemas de información y la supervisión de los niveles de efectividad institucionales.

En un ámbito complementario, la frase atribuida a Simón Bolívar: “Inteligencias sin virtud no sirve”, es otra de las claves. No se trata sólo de una visión aristotélica de la virtud, sino en una práctica diaria tener un comportamiento probo. Pocos malos policías pueden desvirtuar toda una institución: desde la coima callejera hasta la corrupción de los altos mandos. Atajar esta circunstancia exige dos cambios muy importantes en el marco legislativo: el cambio de la norma de Régimen Disciplinario, haciéndola expedita y el cambio de la norma de pruebas de confianza, haciéndola efectiva en la lucha contra la corrupción.

Como es natural, estos cambios producirán, con la estructura adecuada de funcionamiento, una natural depuración de la policía. No debemos olvidar además que hoy el crimen organizado ha percolado las estructuras del Estado, y la Policía Nacional del Perú no ha escapado a esta triste realidad del sistema de justicia, lo cual es de público conocimiento, lo que hará más difícil la implementación de medidas de esta naturaleza.

En resumen, los ciudadanos debemos valorar a nuestra policía, pero esto sólo podrá ser consecuencia de cambios sustanciales en la propia institución policial. Una sociedad sana es la que valora a las fuerzas policiales, quienes nos dan seguridad. Se debe contar con apoyo político y asignación de recursos para estos cambios y la propia institución, en el cotidiano, debe entender que los que esperamos es sólo que se cumpla con la misión institucional de las policías respecto del ciudadano: proteger y servir.

*Artículo publicado en la revista Seguridad en América. México, Año 21 / No. 121 / julio-agosto / 2020

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