POR Julio Herrera

Director de PORTADA HISPANA.-

El reposicionamiento de la izquierda es la característica principal del escenario político en  América Latina justo en el momento en el que se declara la pandemia global y se empiezan a imponer las primeras cuarentenas en la región, a mediados de marzo del 2020.

Luego de los triunfos de la izquierda en México y Argentina con AMLO y Fernández respectivamente, se inició un movimiento social netamente anti – neoliberal en todo el continente, el cual llegó a un clímax coincidentemente al mismo tiempo que la pandemia llegaba a los países latinoamericanos. Las protestas se propagaron durante meses en Chile, luego se extendieron a Colombia y alcanzó su máximo punto de tensión en Bolivia durante los sucesos provocados por los grupos que defendían el régimen de Evo Morales y que acusaban de golpista al gobierno que preside Jeanine Añez. Todo esto simultáneamente mientras el coronavirus empezaba a cobrar sus primeras víctimas en América.

Este fuerte movimiento de reivindicación de los derechos sociales, por una economía más humana e igualitaria, es claramente un rechazo al decadente sistema neoliberal -el cual es cuestionado en todo el mundo Occidental por los sectores más amplios, trabajadores, pensionados, estudiantes, etc.- y amenazaba con extenderse a otros países latinoamericanos, principalmente a Brasil, donde el movimiento social está organizado en torno a la causa jurídica de Lula da Silva y en oposición a la gestión de Jair Bolsonaro.

La pandemia ha tenido un efecto paralizante en el  agitado ambiente político social que se estaba gestando en la región, especialmente para el régimen de Piñera en Chile y el nuevo gobierno de Jeanine Añez en Bolivia. En ambos casos la derecha política consiguió estabilizar un contexto que se salía del control con violencia, muertes, desapariciones y enfrentamientos entre las FFAA y la población civil.

Pero el efecto paralizante de la pandemia al creciente movimiento social en la zona duró poco porque, si bien el hambre y el desempleo cunden en todo el continente y no hay lugar para el enfrentamiento callejero, las cifras evidentes de muertes y contagios del virus -las peores en el mundo- refuerzan con hechos que quedarán en la Historia las críticas y ataques al modelo económico neoliberal que rige en casi toda América Latina desde los años 80s.

Con la pandemia en América Latina, más que en ninguna otra zona del mundo Occidental, el modelo económico  ha mostrado sus puntos más débiles y sus aspectos más negativos y perjudiciales para millones de latinoamericanos.   

Políticamente América Latina está perdida, sin luz, sin norte. Los vaivenes del péndulo que llevan de un lado a otro del espectro político a sus gobiernos es una prueba patética de la falta de dirección en el continente. A inicios del siglo XXI, el Foro Social de Sao Paulo, la Unasur y la aparente homogeneidad en la tendencia política de sus gobiernos daban coherencia y presentaban una región que aparecía políticamente sólida; a excepción de los gobiernos de Chile, Perú, Colombia y México en un bloque económicamente fuerte, el Arco del Pacífico. Sin embargo la Unasur y su proyecto soberano y socialista se derrumbó con el desgaste político de los regímenes que lo sostenían. La Unasur dejó de cumplir el rol de contrapeso a la OEA y hoy nadie piensa que la Unasur  pueda reconstituirse porque el mapa político en la región ya cambió una vez más. Y lo más probable es que siga cambiando, recomponiéndose, en su prolongada y sistémica inestabilidad que no ha permitido que América Latina logre avances considerables en desarrollo social en los últimos 50 años. La Guerra Fría y la inestabilidad del péndulo izquierda-derecha no han llevado a la América Latina a ningún lugar, que por el contrario se ha rezagado en el competitivo contexto global emergente. Con la pandemia, millones de latinoamericanos que se contabilizaban dentro de la clase media pasaron a ser pobres de la noche a la mañana. Mientras China y los países árabes ya entraron a la carrera espacial. Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial los países latinoamericanos tenían mejores precondiciones y potencialidades para convertirse en países del primer mundo que los países del sudeste asiático, Sudáfrica o la India. La pandemia ha ubicado a América Latina en los últimos puestos del desarrollo humano y el bienestar social. Sus países lideran el ranking mundial de fallecidos por coronavirus en proporción por millón de habitantes.

La Segunda Guerra Mundial nos dejó la Guerra Fría y el mórbido enfrentamiento interno entre la izquierda y la derecha que se inició en Colombia y Cuba en los años 50s y que no ha dejado de azotar nuestras sociedades hasta la fecha, y del cual no salimos. Como caballos de carrera con anteojeras que sólo se guían por el golpe de las bridas que conduce el jinete.

América Latina no tiene una dirección propia. Lo cual es comprensible debido a la crisis de postmodernidad, de sentido y de concepto. No podemos seguir con sistemas y modelos del siglo XX. La China comunista es en el siglo XXI ultra capitalista y los países del sudeste asiático no son más pueblos agrícolas productores de arroz y opio.  Pero en América Latina todavía no hemos salido de las ideas, los modelos y los sistemas que compitieron en el siglo XX.

Recordemos que si América Latina existe, y más específicamente Hispanoamérica, lo es porque hubo dos acontecimientos históricos en los que todas nuestras sociedades se condujeron bajo una sola tendencia, en coherencia y unidad, la primera en los siglos XVI y XVII con la dirección de España y/o Portugal y la Iglesia romana, proceso que configuró y dio origen a nuestras modernas nacionalidades. La segunda, en el siglo XIX con la guerra de independencia contra España, con el apoyo de Inglaterra y Francia, proceso que dio origen a nuestras actuales Repúblicas. Estos dos momentos históricos dieron existencia e identidad a América Hispana, en ambos casos bajo una misma dirección y con un mismo objetivo. En el siglo XXI sólo una coherencia similar podrá llevar a América Latina al objetivo del desarrollo humano y bienestar social que los conflictos internos distrajeron.

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