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Por Graciano Palomo

Estamos aquí, en circunstancias extraordinarias de agobio e incertidumbre. El mismo país que hace tan solo unos lustros era el más optimista de los entonces 28 estados.

(MÁLAGA REPORTER 19 / 10 / 2020) El principal periódico suizo dice que España es ya un Estado fallido. El más influyente rotativo alemán, ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’ (FAZ) (‘Corona-Krise; Spanien hat die Kontrolle verloren‘), la biblia en el Bundestag y el BCE, subraya con datos en la mano que nuestro país «vive el peor momento económico y social desde la Guerra Civil».

Los socios del gobierno Sánchez (ERC, PDeCAT, Bildu y PNV) afirman, unos con más énfasis que otros, que España es un Estado en almoneda. Los embajadores del mundo libre acreditados en Madrid te susurran al oído la enorme preocupación que les suscita, inquietud que trasladan a sus respectivos gobiernos, como los principales datos de la actual realidad española, especialmente en lo referido a la economía y las macrocuentas públicas que pueden arrastrar a toda la zona euro. La economía en el frontispicio de sus cuitas, sí, pero también los marchamos autoritarios y los ribetes «húngaros&polacos» que el gobierno Sánchez —con comunistas incrustados— nos regala a diario.

Esto es, preocupación extrema por la gestión económica de la pandemia; respiración entrecortada por la gestión democrática de un país clave para el conjunto de la primera transnacional del mundo que hemos convenido en denominar Unión Europea.

Europa es el último clavo frío al que puede asirse en la actual hora el Estado que da cobijo a 47 millones de españoles.

Aquellos que desde la primera hora lucimos la bandera europea en la solapa como una de nuestras primeras señas de identidad, libertad y futuro podemos afirmar hoy la justeza en esa creencia básica frente aquellos que, llegados a nuestros lares cuando las libertades y el progreso eran un hecho descriptible que cuestionaron la existencia de esa entidad supranacional, la denigran y cuestionan su viabilidad en aras de sus espurios intereses políticos económicos.

Europa es el último clavo frío al que puede asirse en la actual hora el Estado que da cobijo a 47 millones de españoles. Sin su ayuda permaneceremos ‘sine díe’ en el averno al que nos ha conducido una pandemia criminal y unos gestores sin capacidad alguna para que brille la esperanza. Necesitamos como agua de mayo la ayuda económica que Sánchez, ya le conocemos y le conocen por aquellos salones, dijo se cifra en 140.000 millones de euros pero que su llegada se fía ‘ad calendas grecas’ cuando la necesidad apremia a millones de ciudadanos del sur de Europa. Mal asunto.

Necesitamos imperiosamente que además del jurdó, la Unión Europea —el viejo sueño de Madariaga y Ortega, entre otros demócratas liberales, democristianos y socialistas— ayude a restituir algunas libertades que son el núcleo existencial de tan formidable confín de hombres libres, iguales y solidarios.

Europa, Europa, Europa. Estamos aquí, en circunstancias extraordinarias de agobio e incertidumbre. El mismo país, que hace tan solo unos lustros era el más optimista de los entonces 28 estados, pasa por momentos aciagos.

«Help Europe! Help!».

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