POR JULIO HERRERA DIRECTOR DE PORTADA HISPANA

El giro en la política exterior peruana es un claro ejemplo de la polarización que se agudiza velozmente. Con el recientemente nombramiento del ciudadano Richard Rojas como embajador del Perú en la República Bolivariana de Venezuela la Cancillería de Torre Tagle está dando una vuelta de 180 grados porque no sólo significa la reanudación de las relaciones diplomáticas entre ambos países y la reapertura de la Embajada peruana en Caracas, sino que además representa el fin de una política exterior en la región en abierta oposición al régimen chavista liderada precisamente por la cancillería peruana, no sólo por el Grupo de Lima creado durante el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, sino desde mucho antes con la creación del Arco del Pacífico durante el segundo gobierno de Alan García Pérez con fines comerciales y geopolíticos, que tenía por finalidad balancear el poder y la influencia de la entonces vigente Unasur dominada por el régimen chavista de Caracas, en la zona del Pacífico sur con Colombia, Chile y Perú. De esta forma la cancillería peruana, por política del actual gobierno de turno y no de modo propio, está interrumpiendo el liderazgo que el Perú ha ejercido en los últimos años en la región en lo que respecta a oposición al régimen bolivariano.

Con la llegada del siglo XXI el eje político en América del Sur giró cada vez con mayor frecuencia hacia la izquierda con la Venezuela de Hugo Chávez, con Néstor Krishner y Ignacio Lula da Silva en Argentina y Brasil respectivamente. Seguirían Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Mujica en Uruguay y Lugo en Paraguay, además de Humala en Perú y Bachelet de centro izquierda en Chile. Luego, en el marco de la creación de la UNASUR, la izquierda suramericana se alinearía con las potencias emergentes BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Todos estos factores contribuyeron al posicionamiento de la izquierda en todos los países suramericanos incluyendo Perú a lo largo de toda la década del 2010, con algunas excepciones intermitentes. Hacia el 2021, la izquierda sigue ganando terreno en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Perú, además de Venezuela, México, Cuba y el posible regreso de Lula da Silva en Brasil ante el fracaso político de Jair Bolsonaro durante la pandemia.

La polarización política entonces no es exclusiva del Perú sino que es una característica cada vez más notaria en toda la región, que junto a la inestabilidad y la ingobernabilidad definen la política suramericana de inicios del siglo XXI. Así lo hemos registrado en Chile, Ecuador, Argentina, Brasil, Perú, Uruguay, Paraguay y Bolivia, están pasando de un gobierno de derecha a uno de izquierda rápidamente. Los únicos países en donde ha habido cierta continuidad en el lineamiento político de los gobiernos de turno han sido Colombia (característica de esta república en permanente conflicto interno desde hace más de 60 años) y la Venezuela bolivariana, técnicamente bajo una dictadura.

Cuando la globalización obliga a los Estados a funcionar en grandes bloques como los EE.UU., Rusia, China, Europa y recientemente la Commonwealth, en América del Sur no hemos sido capaces hasta hoy de coordinar políticas conjuntas para enfrentar problemas comunes como las grandes migraciones, la pobreza, el cambio climático y el problema de la energía. Por el contrario, el péndulo y la polarización nos están llevando a no tener estabilidad ni gobernabilidad dentro de los propios Estados. Un retroceso ante visiones más completas y dignas de los suramericanos.

(*) Julio Fernando Herrera Lamas (Lima, 1978).- Escritor, periodista y antropólogo egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. / Correo electrónico: herreralamas@gmail.com

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