El español, lengua mestiza. Interculturalidad y comunidad global: un desafío permanente es el primer tema a desarrollarse en las sesisones plenarias de la programación académica del X Congreso Internacional de la Lengua Española a celebrarse el próximo octubre en Arequipa.
El idioma español que hoy se habla desde el Río Bravo hasta la Patagonia no es el mismo que arribó en las carabelas del siglo XVI. Lo que conocemos como español de América es una lengua mestiza, híbrida y profundamente cultural, resultado del choque, el diálogo y la fusión entre el castellano peninsular y las múltiples lenguas originarias del continente.
Hablar de su naturaleza es hablar de un proceso complejo donde la lengua no solo transmitió palabras, sino también visiones de mundo, cosmovisiones, maneras de nombrar lo visible y lo invisible.
Encuentro y conflicto lingüístico

Con la conquista española, el castellano se impuso como lengua de poder, administración y evangelización. Sin embargo, lejos de borrar a las lenguas indígenas, se produjo un contacto intenso con ellas. Palabras quechuas, náhuatl, aimaras, taínas, guaraníes, mapuches o mayas se infiltraron en el castellano, primero como préstamos necesarios para nombrar lo desconocido —maíz, papa, cacao, tomate, puma, cóndor— y luego como herencias culturales que enriquecieron el idioma.
Este proceso, descrito por los lingüistas como contacto de lenguas, dio lugar a una versión del español que refleja el mestizaje de América: ni puro castellano peninsular ni lengua indígena intacta, sino una síntesis cultural expresada en la palabra.
El español como espacio cultural mestizo
Más que un vehículo de comunicación, el español en América se convirtió en un territorio simbólico donde se entretejen culturas. Las crónicas coloniales ya lo mostraban: Garcilaso de la Vega “El Inca” escribía en español, pero pensaba con las categorías del quechua y del mundo andino. Su obra es prueba de que la lengua puede ser un puente entre universos aparentemente irreconciliables.

En la literatura moderna y contemporánea, esta mestización lingüística se refleja en la obra de autores como José María Arguedas, quien mezcló el castellano con la cadencia y la sintaxis del quechua, o Gabriel García Márquez, que incorporó al español caribeño los giros de la oralidad afrodescendiente y los mitos indígenas.
Un idioma en constante mutación
El español americano no es uniforme. Cada región del continente imprimió en la lengua sus propios acentos, léxicos y modos de enunciación. En México, el contacto con el náhuatl dejó huellas profundas; en los Andes, el quechua y el aimara se mezclaron con el castellano; en el Río de la Plata, las migraciones europeas aportaron italianismos; en el Caribe, la influencia africana marcó ritmos y entonaciones.
Lo que une a estas variantes no es la homogeneidad, sino la diversidad como esencia. El español de América es culturalmente mestizo porque lleva en su cuerpo sonoro las huellas de la historia: la conquista, la resistencia, la colonización, la independencia, las migraciones, la globalización.
La lengua como memoria viva
Hoy, cuando hablamos en español en América, pronunciamos un idioma que guarda en sí la memoria de encuentros y desencuentros. Cada palabra es testimonio de un proceso histórico en el que ninguna cultura desapareció del todo. En sus giros, acentos y préstamos, el español americano sigue demostrando que la lengua es un organismo vivo, capaz de absorber lo diverso y de transformarse continuamente.
El español no es solo herencia de España; es también creación de América. Es mestizo, como nuestras identidades. Es un idioma que pertenece tanto a Cervantes como a Arguedas, tanto a Sor Juana como a los narradores orales que siguen contando mitos en lengua indígena.
El español de América es un espejo de lo que somos: un continente mestizo, plural y contradictorio. Su riqueza no está en la pureza, sino en la mezcla. En él conviven la sintaxis castellana con el léxico indígena, los acentos africanos con la cadencia europea, las invenciones locales con la globalización digital.
Decir que el español en América es mestizo es reconocer que la lengua, como la cultura, nunca deja de transformarse. Es aceptar que cada palabra que pronunciamos es herencia, pero también creación, una forma de seguir escribiendo la historia compartida de nuestras voces.