Tecnología y cambio cultural: ¿amenaza o amplificación de la identidad?
El dilema entre cultura e innovación digital en el siglo XXI
PORTADA HISPANA.-
Desde hace más de dos décadas, intelectuales, antropólogos, comunicólogos y sociólogos mantienen una discusión constante: ¿sustituye la tecnología digital a la cultura? ¿Está la identidad cultural —especialmente en países como los latinoamericanos, profundamente marcados por la tradición, la oralidad y la vida comunitaria— en riesgo frente al avance de las pantallas, la inteligencia artificial, los metaversos y los algoritmos?
A primera vista, el debate parece plantear un conflicto entre dos fuerzas:
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La tradición, arraigada en territorios, símbolos, lenguas y prácticas colectivas.
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La tecnología, percibida muchas veces como universal, globalizada y homogeneizadora.
Sin embargo, una mirada más profunda desde los estudios culturales desmonta la idea de que existe un enfrentamiento real entre ambas dimensiones. La evidencia histórica, sociológica y cultural revela algo diferente: la tecnología digital no reemplaza la cultura; la transforma, la amplifica y la difunde.
La cultura no desaparece: se adapta
Cultura es, ante todo, un conjunto de significados compartidos, una manera de habitar el mundo. Ha sobrevivido a revoluciones industriales, cambios económicos, migraciones masivas, guerras y transformaciones políticas.
La cultura cambia porque la sociedad cambia. Y la tecnología —sobre todo la digital— es, simplemente, un nuevo entorno donde la cultura continúa su proceso de reinvención.
Los jóvenes peruanos, por ejemplo, no han dejado de ser andinos, amazónicos, costeños o mestizos por usar TikTok o Instagram. Lo que han hecho es trasladar sus códigos culturales al mundo digital, produciendo una mezcla fascinante entre tradición y contemporaneidad: huayno fusión en YouTube, comunidades quechua en Discord, tutoriales de tejidos ancestrales en TikTok, etc.

El error del determinismo tecnológico.-
Una parte del debate intelectual ha caído en el determinismo: creer que la tecnología “decide” cómo será la cultura.
Esto ignora un hecho fundamental:
La tecnología no crea cultura. Son las personas —con sus valores, identidades y tradiciones— quienes dan sentido a la tecnología.
Los estudios de Manuel Castells, Henry Jenkins y Néstor García Canclini coinciden en que la cultura digital no es un reemplazo, sino un nuevo territorio para la producción simbólica.
La identidad cultural se amplifica en la era digital
Lejos de desaparecer, muchas identidades culturales se han fortalecido gracias a la tecnología digital.

Tres ejemplos globales y actuales:
a) Las lenguas indígenas
En los últimos diez años, lenguas como el náhuatl, el quechua, el guaraní o el aimara han experimentado un renacimiento digital: cursos online, influencers bilingües, apps educativas, novelas gráficas digitales, etc.
b) Las culturas juveniles
La música urbana (reguetón, trap, rap) no solo no desapareció con la tecnología: se globalizó.
c) Las tradiciones artesanales
La artesanía local, antes limitada a ferias regionales, ahora se comercializa por Etsy, Instagram y Facebook Marketplace, alcanzando mercados globales.
La tecnología no borró la identidad. La convirtió en marca, patrimonio y economía creativa.
La narrativa de la “pérdida cultural” es más moral que real
Muchos temores vienen de discursos nostálgicos que idealizan el pasado y desconfían del cambio. Pero la cultura nunca ha sido fija.
Siempre ha sido híbrida, dinámica y en movimiento.

La tecnología no destruye esa naturaleza.
Solo acelera los procesos que ya existían.
Cultura + tecnología = innovación cultural
Cuando la tecnología se integra con la tradición, se produce innovación cultural:
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Museos virtuales de patrimonio arqueológico.
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Festivales híbridos (como la Feria del Libro, Mistura digital, etc.).
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Educación digital para comunidades rurales.
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Archivo y rescate de tradiciones orales.
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Inteligencia artificial para preservación de lenguas originarias.
Aquí está el punto clave:
La tecnología digital no reemplaza la cultura; la potencia.
Le da nuevos formatos, nuevos públicos y nuevas posibilidades.
¿Dónde está el verdadero riesgo?
No está en la tecnología.
Está en:
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la desigualdad digital,
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la falta de acceso,
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la ausencia de alfabetización digital crítica,
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la concentración del poder tecnológico en pocas empresas,
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y la falta de políticas públicas culturales.
La cultura no desaparece o se disminuye por la tecnología.
Eso sucede cuando las personas no tienen oportunidades de producir, expresar y transmitir sus identidades.
La cultura sigue viva, y la tecnología es su nuevo escenario
La pregunta correcta no es si la tecnología sustituye a la cultura —porque no lo hace— sino cómo los ciudadanos, las comunidades y los Estados integran la tecnología para fortalecer y expandir su identidad cultural.
En el siglo XXI, la cultura no está amenazada por las pantallas.
Está siendo reimaginada, discutida, reconstruida.
La tecnología no es un enemigo:
es la herramienta que permite que las culturas —especialmente las más invisibilizadas— tengan voz, presencia y poder en la nueva ecología digital.





