Cada 23 de abril se celebra el Día del Idioma Español, fecha que conmemora la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra, el autor de Don Quijote de la Mancha y del Inca Garcilaso de la Vega, autor de Los Comentarios Reales de los Incas; pero también —y acaso de manera más honda— se rinde homenaje a la lengua como puente entre mundos, culturas y tiempos. 

En este marco conmemorativo, resulta imprescindible volver la mirada hacia uno de los escritores más singulares y esenciales del barroco hispanoamericano: el Inca Garcilaso de la Vega. Garcilaso no fue solo un hombre de letras: fue un símbolo viviente del mestizaje cultural, un testigo privilegiado del choque de dos civilizaciones y un artífice del idioma como territorio común entre el mundo indígena y el mundo europeo. Nacido en el Cuzco en 1539, hijo de un capitán español y de la ñusta Isabel Chimpu Ocllo, descendiente directa del linaje imperial incaico, su voz fue mestiza desde su origen. Pero fue en la escritura —y más aún en el idioma español— donde esa fusión se convirtió en legado.

El idioma como herencia y resistencia

Desde su juventud, el Inca Garcilaso comprendió que el idioma era más que una herramienta: era una morada. En España —donde se trasladó en 1560 y vivió hasta su muerte en 1616— aprendió latín, filosofía, religión y las letras clásicas. Pero no abandonó jamás el quechua, lengua de sus ancestros, ni las imágenes de su infancia andina. Su obra no solo está escrita en un español elegante, culto y rico, sino que incorpora palabras quechuas, conceptos del mundo indígena y estructuras narrativas andinas. En él, el idioma español no se impone: dialoga.

Comentarios Reales de los Incas: una obra fundacional

Publicada en 1609, esta obra no es únicamente una crónica ni una historia, sino una forma de justicia literaria. El Inca escribe para que el mundo hispánico conozca el esplendor del Tahuantinsuyo, sus tradiciones, su sabiduría y su organización política y social. Lo hace con la memoria viva de quien ha oído estas historias al calor del fogón, en boca de su madre y abuelos. Y lo hace en un español que eleva al lector, que teje entre líneas el orgullo de lo que se ha sido, incluso cuando el Imperio Inca ya había caído.

Más adelante, en 1617, publicó La Florida del Inca, crónica sobre la expedición de Hernando de Soto en tierras del actual sureste de Estados Unidos. Allí también se revela su dominio del idioma como crónica, como estética, como herramienta política.

Un idioma que abraza la pluralidad

La obra del Inca Garcilaso de la Vega representa una de las cimas tempranas del español en América. Su español está adornado de metáforas indígenas, de giros populares, de referencias latinas y de resonancias filosóficas. En él conviven el Cuzco y Córdoba, el rito andino y el humanismo renacentista. Su voz mestiza no buscó borrar ni reemplazar, sino integrar. Y esa es, quizá, la mejor definición del español como idioma universal: una lengua que ha sabido acoger la diversidad, absorberla y embellecerse con ella.

El legado de una lengua mestiza

En este Día del Idioma Español, recordar al Inca Garcilaso es recordar que el español en América nació no como imposición, sino como cruce, como espacio de encuentro —y también de conflicto— entre memorias. El Inca lo supo muy bien: al escribir en español las historias del mundo incaico, hizo que no se perdieran. Las rescató del olvido, les dio voz en una lengua nueva sin traicionar su espíritu.

Y así, desde las páginas de sus Comentarios Reales, el español se convierte en una lengua que no borra, sino que recuerda. Una lengua que, gracias al Inca Garcilaso, se hizo andina sin dejar de ser castellana. Porque en sus palabras vive el eco de un continente entero.

«Es lengua de dos mundos, crisol de identidades. Es palabra y es puente. Es el español, y en la voz del Inca, también es memoria.»