Cada mes de mayo, los Andes peruanos se llenan de color, música y fervor religioso para celebrar una de las festividades más importantes del calendario tradicional: la Fiesta de la Cruz de Mayo. Esta celebración, presente en muchas regiones del Perú, es una manifestación del sincretismo cultural que fusiona el cristianismo traído por los evangelización con las creencias ancestrales andinas, dando lugar a una expresión única de identidad, resistencia y devoción popular.
El sincretismo de la cruz: La Chakana
Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, la cruz cristiana fue impuesta como símbolo central del nuevo orden espiritual. Sin embargo, el parecido formal entre la cruz latina y la chakana permitió que muchos pueblos andinos reconocieran en el símbolo cristiano una forma familiar, lo que facilitó un proceso de sincretismo cultural.
Este sincretismo no fue una simple imposición, sino una reinterpretación creativa. La cruz cristiana fue resignificada desde la cosmovisión andina, y en muchos casos, las chakanas se conservaron bajo formas cristianas o integradas en altares, danzas y rituales. Así, se preservó su significado ancestral en nuevas prácticas religiosas, como la Fiesta de la Cruz de Mayo, que en muchas comunidades andinas es simultáneamente una celebración católica y una ofrenda a los apus o cerros sagrados.
Los evangelizadores, por su parte, aprovecharon esta similitud simbólica para introducir el mensaje cristiano de forma más efectiva, asimilando la estructura cósmica andina al imaginario bíblico: la trinidad de los mundos andinos fue relacionada con la Santísima Trinidad; los cerros sagrados fueron asociados con santos; y las fiestas agrícolas se reconfiguraron como festividades cristianas.
En el Perú profundo, cada mes de mayo las comunidades andinas celebran la Fiesta de la Cruz, una manifestación cultural y religiosa que sintetiza siglos de historia, creencias y prácticas agrarias. Más allá de su dimensión cristiana, esta festividad posee profundas raíces en el calendario agrícola andino, y se entrelaza con antiguos rituales de agradecimiento y reciprocidad con la naturaleza.
El mes de mayo y el fin de las lluvias: el tiempo de la cosecha
En el mundo andino, el tiempo no solo se mide por el reloj, sino por el ciclo de la naturaleza y la relación con la Pachamama (Madre Tierra). Mayo marca un punto clave en este calendario agrofestivo: el fin de la temporada de lluvias y el inicio del tiempo seco o estío (de mayo a agosto), momento crucial para la cosecha de los principales cultivos como la papa, el maíz, la quinua y la oca.
Este periodo de transición exige no solo trabajo físico, sino también rituales de renovación y agradecimiento. Las comunidades piden a los apus (cerros tutelares) y a la tierra misma que bendigan la cosecha y aseguren el próximo ciclo agrícola. Es en este contexto que emerge con fuerza la Fiesta de la Cruz de Mayo, como punto de encuentro entre el calendario agrícola andino y el calendario litúrgico cristiano.
El sincretismo de la cruz: cristianismo y cosmovisión andina
La Cruz de Mayo se introdujo con la evangelización católica durante la colonia, pero su forma se asimiló rápidamente en el mundo andino gracias a su semejanza con la chakana o cruz andina, un símbolo prehispánico cargado de significados cósmicos, sociales y religiosos.
Mientras para el cristianismo la cruz representa el sacrificio y la redención, para los andinos la cruz—interpretada como la chakana—es un símbolo del equilibrio entre los mundos, el orden del universo, y el puente entre lo sagrado y lo humano. Esta convergencia permitió que la cruz cristiana fuera adoptada y resignificada, convirtiéndose en un símbolo de mediación entre lo divino y la fertilidad de la tierra.

Rituales de la Fiesta de la Cruz
Durante la Fiesta de la Cruz de Mayo, cada comunidad celebra de manera distinta, pero con elementos comunes:
- Adornamiento de cruces: Las cruces son sacadas en procesión, decoradas con flores, telas coloridas, velas y frutas, y colocadas en lugares altos (cerros, apachetas), reforzando la conexión con los apus.
- Misas y danzas: Se celebran misas, se entonan cantos tradicionales y se realizan danzas rituales como los negritos, chunchos o qollas, dependiendo de la región.
- Pago a la tierra: Se realizan ofrendas o pagos (despachos) a la Pachamama con hojas de coca, chicha, maíz y grasa de llama, pidiendo protección para la cosecha y buen clima.
- Trabajo colectivo y fiestas: Muchas veces, la fiesta coincide con faenas agrícolas colectivas como la cosecha o el almacenamiento, seguidas de comidas comunales.
Expresiones regionales
La Fiesta de la Cruz de Mayo se celebra en casi todo el país, pero con matices regionales:
- En Cusco, cruces como las de Pukamuqu o Sacsayhuamán son llevadas en peregrinación, con gran solemnidad.
- En Apurímac y Ayacucho, se mezclan rezos católicos con danzas ancestrales, y se adornan las cruces con frutos secos, flores y textiles.
- En Junín y Pasco, la cruz es parte de las festividades agrarias de las comunidades quechuas, con chicha, tamales y música tradicional.
- En Huancavelica, la cruz se venera con rituales que incluyen el chaccu o esquila de vicuñas, como parte de la relación sagrada entre hombre y naturaleza.
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La cruz como símbolo de reciprocidad
Desde la perspectiva antropológica, la Fiesta de la Cruz no es solo un acto devocional, sino un acto de reciprocidad simbólica. El pueblo ofrece respeto, sacrificio y alegría a la naturaleza, esperando a cambio fertilidad y abundancia. Esta lógica de reciprocidad, conocida como ayni, es fundamental en las relaciones sociales y ecológicas del mundo andino.
Orígenes de la Fiesta de la Cruz de Mayo
La Cruz de Mayo tiene raíces en la evangelización colonial. Los misioneros españoles impusieron la cruz como símbolo del cristianismo para reemplazar a las deidades tutelares de los cerros, apus y huacas adoradas por los pueblos originarios. Sin embargo, los pueblos andinos reinterpretaron ese símbolo desde su cosmovisión, integrándolo a sus prácticas rituales vinculadas a la tierra, las cosechas y la renovación de la vida.
Así, la cruz cristiana fue asumida como un nuevo símbolo sagrado, que protegía comunidades, garantizaba buenas cosechas y mantenía el equilibrio entre el mundo humano y el espiritual. Este sincretismo dio origen a una celebración profundamente mestiza, donde la cruz no solo representa el sacrificio de Cristo, sino también la conexión con los cerros, el agua y los ciclos agrícolas.
El culto ancestral a la cruz andina y su rol en el sincretismo cultural andino-cristiano
La chakana, también conocida como la cruz andina, es uno de los símbolos más poderosos y complejos de las culturas precolombinas de los Andes, especialmente entre los pueblos quechuas y aymaras. Más que una simple figura geométrica, la chakana representa una concepción integral del mundo: la organización del universo, el equilibrio de los opuestos, la conexión entre el ser humano, la naturaleza y lo divino.
Etimológicamente, el término quechua chakana significa “puente” o “escalera hacia lo alto”, y su forma escalonada en cruz remite a los cuatro puntos cardinales y al cruce de los mundos que estructuran la cosmovisión andina: el Hanan Pacha (mundo de arriba, de los dioses), el Kay Pacha (mundo presente, humano) y el Uku Pacha (mundo de abajo, de los ancestros y la fertilidad).
Dimensión científica y astronómica
La chakana es también un símbolo astronómico y matemático. Se ha encontrado representada en cerámicas, textiles y arquitectura de culturas como la Tiwanaku, Wari e Inca, evidenciando un profundo conocimiento del cielo y sus ciclos. Su diseño responde a una lógica de simetría, proporción y orientación astronómica:
- Los cuatro brazos de la cruz representan las estaciones del año, los puntos cardinales y los principios de dualidad y complementariedad (yanantin y masintin).
- El centro simboliza el equilibrio, el punto de intersección entre los mundos, el “ombligo del universo” (ñawi).
- La escalonada expresa los niveles del cosmos y las jerarquías del tiempo y el espacio.
- En algunos templos como el de Qoricancha en Cusco o los observatorios de Machu Picchu, la chakana se asocia con fenómenos solares como los solsticios y equinoccios.
Esta sabiduría integraba agricultura, religión, medicina y política en un solo tejido simbólico que regía la vida andina.
La chakana hoy: símbolo de identidad y resistencia
En el siglo XXI, la chakana ha resurgido como símbolo de identidad cultural entre los pueblos indígenas andinos, tanto en el Perú como en Bolivia y Ecuador. Se ha convertido en un emblema de la revalorización de los saberes ancestrales, y se utiliza en educación intercultural, proyectos turísticos, expresiones artísticas y ceremonias tradicionales.
Su poder simbólico también ha cruzado fronteras, inspirando movimientos espirituales, ecologistas y decoloniales en América Latina. Como representación de armonía, respeto a la naturaleza y conexión entre todos los seres, la chakana ofrece una visión alternativa de desarrollo y convivencia, frente a los modelos extractivistas y alienantes del mundo moderno.
Entre el cielo y la tierra
La chakana no es solo un símbolo arqueológico o estético. Es una clave espiritual, social y filosófica que articula el pensamiento andino en su integridad. Su resistencia a la desaparición durante siglos de colonización y su integración en el imaginario cristiano muestran la profundidad del diálogo cultural que ha marcado la historia del Perú.
Estudiar y comprender la chakana hoy no es solo mirar al pasado, sino también preguntarnos cómo los pueblos originarios han sabido sostener sus valores esenciales en medio de las transformaciones, y cómo esos valores pueden aportar al futuro del mundo.
Diversidad de expresiones regionales de la Cruz de Mayo
La Cruz de Mayo se celebra en todas las regiones andinas del país, pero cada pueblo la vive a su manera. En el Valle del Mantaro (Junín), por ejemplo, las cruces son vestidas con telas bordadas, flores, espejos y elementos agrícolas. Se organizan danzas como la tunantada y los huaylash, acompañadas de comparsas y bandas típicas.
En Ayacucho, la fiesta tiene un profundo carácter religioso y artístico: las cruces son llevadas en procesión desde los cerros a las iglesias, decoradas con una estética barroca andina, mientras los pobladores entonan huaynos y cantos rituales. Se incluyen también danzas como la danza de las tijeras, patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
En Apurímac, Cusco, Huancavelica y Puno, las celebraciones combinan procesiones con danzas folclóricas, misas, comidas comunitarias y competencias de música y canto. Las cruces tienen su propio altar, padrinos y mayordomos, lo que refuerza el tejido social y la reciprocidad entre las familias.
En la costa norte, en regiones como Áncash y La Libertad, también se celebra, aunque con menor intensidad, adaptándose a las formas costeñas de devoción, mezclando procesiones marianas con la adoración de la cruz.
Turismo, identidad y patrimonio
Durante mayo, muchas de estas festividades atraen visitantes nacionales y extranjeros interesados en vivir la experiencia de la cultura viva andina. Ciudades como Huancayo, Huanta, Abancay y Andahuaylas se convierten en centros de atracción turística gracias a la riqueza de sus celebraciones. Se organizan ferias artesanales, concursos de danzas, rutas gastronómicas y visitas guiadas a las cruces de cerro, generando ingresos para las comunidades y revitalizando el turismo rural y vivencial.
Al mismo tiempo, la Fiesta de la Cruz de Mayo fortalece el sentido de pertenencia e identidad cultural de los pueblos andinos, siendo un espacio de encuentro intergeneracional donde se transmiten saberes, costumbres y valores.
La cruz como símbolo de resistencia y esperanza
Hoy, en pleno siglo XXI, la Fiesta de la Cruz de Mayo sigue vigente y profundamente arraigada. A pesar de los procesos de migración, modernización y pérdida de tradiciones, las comunidades rurales e incluso migrantes en Lima y otras ciudades han mantenido viva esta práctica.
La cruz se ha transformado en símbolo de resistencia cultural frente al olvido y a la marginalidad, pero también en símbolo de esperanza. Es, en muchas formas, el recordatorio de que el Perú profundo sigue latiendo con fuerza, conectando el cielo con la tierra, lo sagrado con lo cotidiano.