Por Martín Aranda

JÓVENES DEL MILENIO

Tal vez me equivoque al pensar, que en tiempos donde lo normal es estar constantemente informado, lo más preciado se concentre en la calma del silencio. No me refiero al silencio absoluto, idílica manera de sentir conexión con los deseos de uno mismo, sino a dejar de lado las noticas o comentarios del actualizado y novedoso mundo en el que vivimos.

Educado para reaccionar y alienado a un sentir masificado de inconformidad, me he sentido en competencia conmigo mismo en la búsqueda de información, siendo los recuerdos más novedosos e innovadores los requeridos por una mente consiente, que olvida constantemente y modifica su concepto de presente con múltiples vacíos de tal requerida información.

Que el actual presidente no se exprese con libertad, como anteriores mandatarios nos habían acostumbrado, y normalice el leer un discurso no me ha impactado tanto como la fragilidad de nuestra confianza, la exasperante búsqueda de satisfacción por medio de las expectativas. En dos frentes de opiniones he vestido con uniforme de policía y he cumplido con mi deber, separar las dos voces que pronostican las desgracias de una confrontación inminente.

Tener la razón ya no es un juego justo, me sigo equivocando desde que el Covid-19 llego,  he pasado de ser quien opina con alguna noticia extranjera en la mesa del almuerzo a guardar el silencio ante la fragilidad emocional y física de quienes me rodean, escuchar se ha vuelto mi pasatiempo y preguntar con paciencia mi manera de opinar.

El poder informador de los medios de comunicación ha sido limitado a la especulación, la falta de preguntas y aclaraciones por parte del gobierno nos ha llevado a un clima de conspiración, y es que en este contexto invertir para quienes tienen capitales cuantiosos es un riesgo que se dispersa en silencio, mientras que el emprender para quien no tiene trabajo hace más de 6 meses y ha conseguido un pequeño capital familiar significa una oportunidad que se promueve a gritos.

Fuera de mi cálida y  sociable zona de confort, he encontrado un calor insoportable en la soledad y la reflexión, la limpieza y orden han empezado a dominar mis espacios privados con frialdad, tanto color y sabor han hostigado mi paladar pero no mis expectativas de nutrición.

La responsabilidad de los jefes de familia se ha incrementado, no solo tienen que pensar en silencio los pormenores de su ahora adelantada jubilación, el poco capital que han ahorrado, durante años de promesas, tiende a gastarse más rápido e invertirlo parece ser una solución ante aquel juego perverso de oferta y demanda guiado por bullicio de la emoción.

Pocos son los dólares que ingresan desde que el turismo internacional se detuvo, mi sector de trabajo sigue en coma y el pronóstico, en silencio, aun es reservado. Hacer ejercicios se ha vuelto mi parte de mi rutina diaria gracias a las Olimpiadas y su motivación, me he preguntado también cuantos de los 7 760 millones de personas tendría el tiempo para verme bailar y subir fotos en una aplicación, ante la desventaja de no ser una fémina sensual y no contar con los estándares del adonis contemporáneo creo que con unos miles o cientos apoyando un OnlyFans podría tal vez costear mi amor por los libros y la necesidad de tiempo para escribir.

Violaciones y tocamientos indebidos a menores de edad, feminicidios, asaltos con armas de fuego, tráfico de drogas, corrupción de funcionarios, discusiones éticas y morales, un buffet para entender la fragilidad del concepto cultural humano y nuestra cercanía a los instintos naturales a los que hemos alejado de nuestra vida como las áreas verdes en nuestras ciudades. Sé que ver este tipo de noticias en los medios de comunicación escritos y audiovisuales es parte de una tendencia al descubrimiento de esta realidad, sumada a una mayor proporción de casos por el acelerado crecimiento de la población, ello me genera alguna percepción de tranquilidad pero socaba mis deseos de buen vivir y comunidad, el dinero ha puesto los caminos y cambiar el gusto del blanco al negro es aceptable y debe ser tolerado.

Antes de la pandemia, por la falta de tiempo y el escaso conocimiento de medios de comunicación digital, estar en contacto con toda la familia era una tarea ardua y poco frecuente, primaba el silencio, estaba decidido a tomar mis propias decisiones y equivocarme para aprender, la llamada mensual era en parte un agradecimiento e intercambio de consejos por medio de las experiencias. Ahora estoy en comunicación constantemente, el amor y la comprensión han llegado a ser el tema principal en mi familia, ya no tomo mis decisiones con total libertad, la catedra de moral de los abuelos y padres impide que algún familiar limite o cruce los senderos de lo indecente o desconocido aun por el legado familiar, que sufre con cada decisión no consultada ante la experiencia acumulada, con castigos como el alejamiento de la tribu y la soledad del inocente explorador de oportunidades.

El silencio puede significar la reflexión, parte del trabajo en busca de la concertación, lo preferible en un clima de constante información, una verdad universal de libertad y comprensión, sin embargo, ante las expectativas y especulaciones, la historia y las mentiras, la idea y el resultado, el silencio se convierte también en el signo de la confusión, de la búsqueda constante de opciones sin curso de dirección, el autoritarismo del papel y el discurso elaborado y las ideas inconexas de métrica para medir su resultado.

Con dos billetes de cien soles en el bolsillo, agradezco en silencio la seriedad de Basadre y saludo con emoción el grito creativo de Pedro Paulet, acostado en un sillón, que bien podría ser un asiento de bus, descargo toda mi inseguridad e inestabilidad en un corto pero profundo sueño o pesadilla, del que despertare con mayor confianza y seguridad de interpretación de la realidad que me alberga y la intimidad de esta reflexión.

Con sinceridad

Martin Aranda

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