Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay – Internacionalista

El Ministerio de Relaciones Exteriores y nuestra diplomacia nacieron con la República. Un 3 de agosto, hace 202 años, 5 días después de la proclamación de la Independencia, el Libertador José de San Martín, expidió el decreto que lo creó. La cancillería es la encargada de proyectar nuestros intereses en el frente externo, de allí que los responsables de llevar adelante esta tarea son sus diplomáticos y su personal administrativo, que cumplen las disposiciones del canciller de turno; Juan García del Río fue el primero y Ana Cecilia Gervasi, actual ministra.

La Constitución de 1993 establece que el presidente de la República es quien dirige la política exterior del Estado y corresponde al Ministerio de RREE, su ejecución, y cuyo personal se encuentra localizado, dentro del país, en la sede misma de la cancillería y en otras dependencias públicas estratégicas, así como en las oficinas descentralizadas en diversas ciudades del país y, en el exterior, integrando las embajadas, los consulados y las representaciones permanentes.

No es un secreto que la cancillería cuenta con una de las más calificadas porciones de funcionarios y servidores del Estado y eso también es bueno para los intereses del país. Pero no es solo meritocracia por idoneidad lo que debemos relievar o esperar de ellos, sino también su integridad y su lealtad, que para mí lo es todo.

Es lo que aprendí de mi maestro, Gonzalo Fernández Puyó y de otros grandes diplomáticos que tuve el privilegio de conocer y tratar en Torre Tagle en los fueros de la vieja y más que centenaria Sociedad Peruana de Derecho Internacional – SPDI: Arturo García García, Juan Miguel Bákula, Javier Pérez de Cuéllar, Alberto Wagner de Reyna (solo por correspondencia, pues vivía en París, a donde religiosamente le enviaba la Revista Peruana de Derecho Internacional), Bolívar Ulloa, Alfonso Arias-Schreiber Pezet, Jorge Morelli Pando, Hubert Wieland Alzamora y Guillermo Lohmann Villena; y del embajador Alfredo Chuquihuara Chil, mi hermano, que habiéndose aprobado su ingreso a la SPDI, hasta ahora no se ha efectivizado su incorporación formal póstuma. Injustamente se ha imputado la reducción de nuestro territorio bicentenario a la diplomacia peruana, cuando en realidad las decisiones han sido mayoritariamente del poder político.

Hemos tenido y seguimos contando diplomáticos valientes, dignos y consecuentes, pero también alineados, arribistas y lo que es peor, timoratos. Así es la viña del Señor. Los que dicen que los diplomáticos pasan todo el tiempo en cócteles y cruzando copas, ignoran su trabajo –no tienen horario y casi siempre van al compás del jefe–, o son perfectos envidiosos, pues los he visto conseguir dentro y fuera del Perú, en ese marco, exitosos acuerdos para el país.

Tuvimos grandes organizadores del ministerio como José Gregorio Paz Soldán (siglo XIX), grandes juristas como Alberto Ulloa Sotomayor (siglo XX) y grandes teóricos de las relaciones internacionales como Carlos García Bedoya (1979), y con ellos, el señor Antero Castañeda, celoso custodio de la Biblioteca. Un principista por excelencia: Raúl Porras Barrenechea y un filántropo del Servicio Diplomático: Igor Velázquez Rodríguez. Vivos para homenajear –queriéndolo, ya no pude hacerlo–: Carlos Alzamora Traverso, Jorge Colunge Villacorta, Rosa Garibaldi Flores y Efraín Saavedra Barreda. ¡Feliz día para todos los diplomáticos y administrativos del frente externo peruano!

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