Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay – Internacionalista

A estas alturas de la historia política reciente de América Latina, ya nadie duda que el temperamento que gobierna a las poblaciones de nuestros países, está determinado por el hartazgo social colectivo respecto de las clases políticas gobernantes que han venido monopolizando el ejercicio del poder político y que no han hecho nada, absolutamente nada, por los más vulnerables, es decir, por los pobres, que son los que siempre terminan padeciendo de modo inmisericorde el drama de sus yerros, sino basta mirar el latigazo que dio la pandemia de la Covid-19 a la mayoría de los Estados de nuestra región por el poco o ausente reflejo de los gobernantes para el manejo de la administración de crisis por este evento contra la salud de tamaño mundial.

El referido hartazgo se expresa en el desprecio por el statu quo, es decir, por todo aquello que, hallándose dominado por la mediocridad, mantiene al sistema político y económico tal como está, sin ningún ápice de acciones que produzcan un cambio cualitativo en la vida de la gente, debido a la actitud de aferrarse al imperio del confort.

Los jóvenes, que son los que están decidiendo con sus votos el cambio en las naciones de América Latina –acaba de pasar con Javier Milei en Argentina, poniéndolo en una posición realmente expectante, mirando las elecciones generales de octubre en que los argentinos deberán elegir al nuevo presidente–, ganan espacio para la definición de los destinos políticos en la región debido a sus exigencias por las legítimas aspiraciones que les corresponde pensando en sus proyectos de vida.

Los jóvenes también fueron los que votaron hace cuatro años por Nayib Bukele en El Salvador, y de cuyos éxitos nadie discute. Con lo anterior, las novedades en esta nueva ciclicidad política no son un atributo de las olas de la derecha latinoamericana.

Mirarlo así sería un error. Lo que la gente quiere es lo novedoso, aquello que rompa esquemas y se muestre irreverente en un medio donde la formalidad, sumada a la hipocresía, se ha convertido en una regla maligna que se ha traducido en un óbice para el despegue de los países de esta parte de América. Un outsider, sea de derecha o de izquierda, pero un outsider, es lo que la gente está buscando.

Es allí donde debemos tener cuidado porque puede aparecer uno realmente nefasto que tire al suelo el destino de los países de una América Latina que hasta ahora no decide apostar por convertirse en una región emergente. Esa es la verdad.

De Expreso

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